La autora del artículo asegura que hasta ahora sólo se ha hablado de los aspectos positivos de la fertilización in vitro y se han inflado exageradamente los porcentajes de éxito de quienes ha utilizado esta técnica, cuando en realidad sólo una de cada 10 mujeres que inician el tratamiento consigue dar a luz. El fallecimiento de una mujer en Sevilla ha puesto dramáticamente de manifiesto que no pueden seguir ocultándose los riesgos de estas nuevas técnicas reproductivas. La autora pide que cuando se regule jurídicamente se consideren los riesgos que corre la mujer.

Uno de los efectos de la fecundación in vitro (FIV) menos conocidos y, por tanto, menos debatidos es el de los riesgos que esta técnica implica para la salud de las mujeres que se someten a ella.La causa de esta minimización o ignorancia de los riesgos podría rastrearse en varias direcciones: la desvalorización general de las mujeres en la sociedad; la necesidad de los que la practican de vender su producto como una terapia en vez de lo que actualmente es, una experimentación; la certeza de que las mujeres infértiles están dispuestas a probarlo todo por tener un hijo, etcétera.

Como toda industria, la de la fecundación in vitro necesita dar una imagen de éxito para poder estimular a su mercado potencial. Desde el nacimiento de Louise Brown, las únicas imágenes que se han difundido han sido las de los escasos éxitos y nunca la de la mayoría de los fracasos.

Por cada 100 mujeres que inician un ciclo de tratamiento (que en nuestro país cuesta 300.000 pesetas en la mayoría de las clínicas) en las mejores clínicas de¡ mundo, sólo 10 tienen. posibilidades de irse con un bebé a casa, y no es raro que el promedio de ciclos de tratamiento por mujer sea de media docena, antes de alcanzar el éxito o antes de asumir el fracaso.

Tal es el índice de éxitos que revela el primer informe anual del Voluntary Licensing Authority, órgano de control de los servicios de FIV en en Reino Unido, creado por recomendación del informe Warnock. Una encuesta publicada el año pasado en el Medical Tribune estimaba que dicho índice de éxitos se situaba .entre el 5% y 7% en Estados Unidos.

Sin embargo, tanto en nuestro país como en los otros, los equipos que practican la FIV se atribuyen entre 25% y 30%. de éxitos, más que el embarazo natural, aunque todavía no hayan empezado a trabajar o aunque lleven mucho tiempo intentándolo sin haber conseguido ningún parto vivo.

El escándalo es tal, que en julio de 1985 el doctor Michael Soules, del programa de FIV de la universidad de Washington, escribe en la revista especializada Fertility and Sterility un editorial, titulado Seamos honestos entre nosotros, en el cual pide a sus colegas que dejen de inflar los índices de éxito y de acusar a la Prensa de inflarlos. De hecho, se contabilizan como éxito muchas cosas que ninguna mujer infértil puede considerar como tal, como por ejemplo el número de análisis positivos de embarazo por el número de mujeres a las que se han transferido embriones, o los embarazos ectópicos, los abortos e incluso los embarazos químicos.

Es posible que los índices de embarazo mejoren con el perfeccionamiento de las técnicas de congelación, pero esto no es real, de momento.

Lo cierto es que citando una pareja solicita un servicio de FIV lo hace con la convicción de que las posibilidades de éxito son mayores que las reales y desconoce absolutamente los peligros que corre la mujer al someterse al tratamiento.

Tal es el caso que provocó la denuncia de Gerardo Geada Baquero, marido de Andrea Domínguez Llánez, de 38 años, que perdió la vida el pasado mes de diciembre, durante un proceso de FIV en un hospital ole Sevilla. Según informaba la emisora Radio 3, nadie le había indicado que algunos pasos del proceso técnico podían implicar un riesgo de muerte.

Andrea Domínguez Llánez no es el primer caso de una mujer que muere de esta forma. Hay por lo menos otros dos casos conocidos, el de Zenaide María Bernardo, que murió en Brasil en 1982 durante una laparoscopia, y el de Aliza Eisemberg, que murió en agosto de 1985 en Israel de una "muerte inexplicable" poslaparoscopia.

Cuando una mujer comienza un programa de FIV, en primer lugar será sometida a una estimulación hormonal que permita la maduración simultánea de varios folículos. Todas las hormonas utilizadas, citrato de clomifeno, HCG y HMS tienen una larga lista de contraindicaciones y efectos secundarios conocidos (basta mirar el Vademécum para tener una idea) y nadie puede garantizar la inocuidad de los compuestos hormonales a largo plazo.

La hiperestimulación

El riesgo inmediato más importante es el de la hiperestimulación ovárica, que puede ser leve, media o grave. Se trata de un síndrome que puede amenazar la vida, caracterizándose por ovarios grandes (de cinco a seis centímetros en las hiperestimulaciones leves) que tienden a romperse, lo que podría acabar en una hemorragia intraperitoneal, hidrotórax y fenómenos tromboembólicos.

En segundo término están los peligros asociados a las técnicas de recuperación de ovocitos, la paroscopia y punción ecográfica. La primera tiene los riesgos de toda intervención quirúrgica y de la anestesia general. La punción ecográfica, aunque no requiere anestesia general, puede presentar diversos efectos secundarios, como dolores vesicales o pélvicos que requieran hospitalización, punzamiento de los intestinos o vasos sanguíneos, hematuria o cistitis.

El siguiente momento de riesgo de la FIV depende del número de embriones transferidos: los mayores éxitos se consiguen cuando se transfieren tres embriones, puesto que está bastante bien establecido que a partir de cuatro los índices de implantación empiezan a bajar. Sin embargo, el organismo de control inglés anteriormente mencionado informa que se transfieren hasta 10 embriones.

Embarazo múltiple

El riesgo de este abuso es obvio: comporta un peligro para la madre por la carga de un embarazo múltiple y peligro para los hijos por desarrollo deficiente o mortalidad perinatal.

En Israel se ha dado incluso el caso de que han tenido que provocar dos abortos a una mujer a la que se habían transferido seis embriones y todos habían implantado, con el embarazo bastante avanzado. Los equipos preocupados por los embriones sobrantes transfieren todos los embriones que consiguen. El 40% de los partos en FIV son por cesárea y la prematuridad está bien establecida.

Y hay, otro peligro para la salud de las mujeres, que las lleva en algunos casos hasta el suicidio (hay un caso publicado en Australia): el efecto psíquico del fracaso de la técnica por la desproporción entre la expectativa que les ofrecen los médicos y la cruda realidad.

Compuestos por hombres

Cuando los comités éticos y las comisiones parlamentarias para el estudio de estas técnicas, compuestos en su abrumadora mayoría, como en nuestro país, por hombres, estos efectos secundarios no son tomados en justa consideración.

Interesan mucho los derechos del embrión, el reforzamiento de la paternidad, pero nadie se cuestiona la ética de ofrecer como tratamiento una experimentación que se está haciendo sobre los laboratorios vivientes que son las mujeres infértiles ni por erradicar las causas más comunes de esterilidad, como son las enfermedades de transmisión sexual, la contaminación del ambiente o del trabajo, los tratamientos quirúrgicos descuidados, ciertas formas de anticoncepción sin seguimiento apropiado, etcétera.

Esperemos que la muerte de Andrea Domínguez Llánez en nuestro país no haya sido vana, sobre todo a la vista de una próxima regulación por el Gobierno y de las nuevas técnicas de reproducción humana.

Leonor Taboada es ginecóloga, preside la Asociación Mujeres para la Salud y representa en España la Red Feminista Internacional de Resistencia a las Nuevas TecnoIogías Reproductivas y a la Ingeniería Genética (FINRRAGE).